domingo, 23 de mayo de 2010

Linea de meta

Nunca en mi vida me imaginé haciendo alguna clase de ejercicio. Siempre pensé que eso era algo pesado, doloroso y para nada placentero. Algunas personas trataban de animarme para que empezara rutinas de ejercicio sencillas dizque para el dolor de rodillas, para estar más activa durante el día, para controlar mis problemas de riñones y pulmones y sobre todo para controlar mi estres. Por supuesto me importaba un cheto lo que me dijeran, algunas de esas personas ni siquiera practicaban un deporte, así que para mí no tenían credibilidad. Sólo unos cuantos me lo recomendaban con verdadero conocimiento de causa, pero no podía entenderlo. Lo que me obligó a seguir esas recomendaciones fue una mano que cambiaba de piel cada dos días... la piel moría, se abría, volvía a salir piel nueva pero tan delgada como el papel cebolla, me ardía, me daba comezón y no podía hacer casi nada con esa mano. Lo decidí después de haber ido sin resultados con una dermatóloga y con un inmunólogo. Probé varios tratamientos, el que seguía eran terapias de interferol. Decidí probar si mi alergia en realidad era dermatits nerviosa. Efectivamente, mi amiga Chantal me invitó a la pista de calentamiento, y aunque Geno, la entrenadora, me recibió con mucha calidez yo aún no confiaba mucho en esas cosas. Los primeros días fueron sólo dolor, descubrí músculos que no sabía que tenía. Entrenaba dos veces por semana, aunque admito que falté muchas veces por tarea, desvelo o simplemente flojera.
En algún punto comencé a disfrutar ese dolor, ese pensar que ya no podía cuando estaba corriendo, ese perseguir mi sombra para no parar, ese sentir que mis pulmones no son tan fuertes como para hacer eso. Lo interesante es que cuando entrenas tienes este tipo de pensamientos, y a pesar de todo, sigues, y no sólo sigues, aumentas tu velocidad, te esfuerzas más, llegas a pensar que vas a vomitar el estómago, y buscas nuevas y mejores técnicas... mejoras tu respiración, descubres tu paso, tus límites y de pronto alguien te dice: ¿vas a entrar a la carrera?... con dudas, dice uno que sí. Cinco kilómetros, dices, pues no es tanto... lo pruebas, corres seis en algún entrenamiento... no está tan mal, terminas cansado, pero sí lo logras. La entrenadora y los compañeros te animan... no te preocupes, dicen, vamos a participar, no a competir. Te tranquilizas. Y la carrera transcurre sin contratiempos, en lo general muy bien... la cortina de agua está riquísima, el agua que te dan en las ampolletitas también, te refresca la garganta, casi no hay competidores al mismo tiempo que tú. Corres sin presión, a tu ritmo, sabiendo que tu mejor amigo también lo está haciendo y que terminando la carrera irán a casa y comerán felices, o por lo menos, tranquilos.
Al otro día, otra carrera que te pagó tu hermana. Ahí estás sola, no conoces a nadie, hay muchísimos competidores. Calientas y cuando te sientes lista vas a la linea de salida, ya hay mucha gente adelante de ti, pero no te importa, sólo vienes a correr. Se respira un ambiente festivo, da inicio la carrera, corres a tu ritmo, sin embargo aumentas la velocidad porque la adrenalina del momento te lo permite. Ves el mar de gente que hay en frente y atrás de ti, muchos de esos corredores tienen piernas fuertes y largas, los ves rebasar, avanzar y tú continúas... te moderas para no gastar todas tus energías. En la espalda de todos los competidores ves el lema ese que de hecho, fue el que te llevó hasta ahí: "Corre por tu vida". Lo piensas... (porque es otra de las cosas lindas que tiene correr, te concentras fácilmente para pensar y cuando piensas, el recorrido transcurre rápidamente), sí, yo estoy corriendo por mi vida. Entre el km 3 y 4, atrás del estadio de meta oyes que ya ha llegado el primer competidor, la gente grita y comienza a tocar el grupo en vivo que contrataron con los 200 pesos que pagaste: "Celos de tus ojos cuando miras a otra chica, tengo celos, celos". Ya quieres llegar, ves el letrero de 4 km y te emocionas porque ya sólo falta uno, aumentas la velocidad y extrañamente, casi no te pesa; antes de llegar al paso a desnivel ves una cámara y sonríes al pasar, estás afuera del estadio, las porristas del politecnico (no sabía que el politécnico tenía porristas) hacen una rutina mientras recitan el HUELUM, alcanzas a reconocer una cara entre ellas: Lorena, una compañera de la vocacional que tenía toda la finta de porrista. Entras al estadio, te emociona ver tanta gente en las gradas, le estás dando la vuelta a la pista, llegas a la recta final, tu familia te grita desde las gradas y tú te emocionas, corres aún más rápido de lo que ya ibas, en la meta gritas y levantas los brazos para la foto, en el área de recuperación sigues caminando, sonríes, estás llena de endorfinas y adrenalina, eres completamente felíz. Te gusta tu medalla, es el escudo del IPN y te gusta, pides bebida electrolítica sabor naranja, te dan agua, fruta y dulces, los patrocinadores te dan folletos y obsequios. Sales del estadio y aún con cierta torpeza te diriges a las gradas... y te dices: "Esto es padrísimo, ¿por qué no lo había intentado antes?

4 comentarios:

  1. Cielos...te lees como todos esos q me dicen q haga ejercicio...lo haces parecer tan divertido, quizas lo intente

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  2. Si me contaras qué?... Cuéntame

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  3. Lo intenté... no funcionó. Definitivamente el ejercicio y yo no congeniamos del todo bien.

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